El mito: Kubrick.

IV.

Uno de los placeres del cine está en el poder hipnótico de una imagen que habla por sí sola. El deleite estético de contemplar una agradable composición fotográfica en movimiento es el rasgo del cine.

Las películas de Kubrick demuestran, una y otra vez, que hay mundos en los que el lenguaje oral, ocupa un segundo lugar, por detrás de lo que se ve. Si una imagen cuenta toda la historia son innecesarias las palabras.

En Espartaco, el cámara de foto fija, William Readwoodfield, le preguntó por qué escogía a gente como Timothy Carey “que era completamente incapaz de actuar”

Kubrick contestó:

– [intérpretes como él] Dan una textura a la película mejor que cualquier otro actor.

Sin lugar a dudas, el impacto de una imagen, es deudor del contenido semántico que arrojen los elementos que la componen. En nuestro caso, en un film donde la información dada por el despliegue de sofisticada tecnología ha sido agotado y ya nada nuevo tiene que ofrecer. El último recurso y el más efectivo sigue siendo el del símbolo.

Como bien señala Menarini: El monolito presente en el film, desde la primera escena en el mundo prehistórico parece sobreentender toda la evolución de la humanidad.

Es un monolito de forma paralelepípeda, que no emite verbo, no da señal, no comunica. Esta allí silencioso e inmóvil, “inconcebible”. Es sólo testimonio mudo de aquello que sucede en la creación.

Existe quien ha dicho que se trata de una conceptualización de Dios,  casi que Kubrick buscaba representar la divinidad en términos geométricos, como los antiguos, sin lograr hacerlo de otro modo.

Las interrogaciones que propone este monolito, que el final del film nada explica, son quizás en el fondo el verdadero corazón del film, y probablemente sea el motivo de su presencia en la memoria colectiva.   

Magister Dixit

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