Marte 2

Una planicie, hondos valles donde sopla un viento desconocido, en cuya voz habla la soledad de lo deshabitado ¿o poblado? Incomunicado transita lo marciano, en un diverso plano de lo humano.

Vislumbrar por primera, vez en colores desconocidos, un horizonte antiguo, el diminuto sol, la entrañable tierra a interminables meses en el espacio.

En un paraje sin sonido, contemplar un mar sin olas, y en aquel remoto y ensordecedor zumbido del silencio, oir el espectacular estruendo de la galaxia.

Courtesy NASA/JPL-Caltech.

Marte 3

No es difícil sentirse solo en Marte, hasta un robot llora inadvertido cuando se pierde el contacto. La motricidad de sus ruedas, que la electricidad activa aquí y en los confines del universo se detiene imprevistamente. La rueda se hunde en la arena. El sol microscópico incide sobre sus placas, la rueda se libera y sale, el robot rueda desolado por la planicie. Grita en la atmósfera tenue y apenas si se advierte en el ocaso marciano, recóndito como una ambulancia bajo el mar.

Courtesy NASA/JPL-Caltech.

De Infiernos y Paraisos

Luego de incesantes trotes por el globo y un nomadismo metódico que dió forma y vida a mi supervivencia, he de reconocer que muchos de los parajes más extravagantes y entrañables, me los concedió la imaginación y la literatura.

Uno de los primeros es un amplia gruta bajo tierra que ha quedada impresa en mi ánima como si trataramos de geografia real. De cómo me encontré allí, en que situación, ni como pude huír de allí, lo ha borrado la memoria. Se trata del Alcázar del Fuego Subterráneo de la obra de Beckford: “Vathek”, similar en ciertas sombras al infierno de la comedia:

 

“ Al decir estas palabras, tocó con la llave la cerradura esmaltada e inmediatamente los batientes se abrieron con un fragor más fuerte que los truenos de una tórrida temporada que se cerraron con idéntico estruendo, a penas hubieron entrado.

El Califa y Nuronihar se miraron estupefactos al verse en un lugar que si bien cubierto por una bóveda, era tan espacioso y alto que lo tomaron en principio por una inmensa llanura. Finalmente sus ojos se habituaron a la grandeza de los objetos y descubrieron filas de columnas y arcadas que iban disminuyendo y terminaban en un punto radioso como el sol, cuando resplandecen sobre el mar sus últimos rayos. El pavimento, seminado de polvo de oro y azafrán, exalaba un olor tan sutil que quedaron como aturdidos.”

 

Otro, que sucita mi intriga, es el descrito en el diario del primer viaje de Colón. Un paraje en una islas habitado sólo por mujeres. No es una isla de Amazonas como documenta la mitología, mujeres guerreras que detestan a los hombres y que se amputan el pezón para manejar con destreza  arco y lanza. Este prodigioso destino, intacto hasta la llegada del ambicioso Genovés, por obra de la gracia permanece aún así en mi imaginación:

 

“Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dice que era poblada de mujeres sin hombres , lo que el Almirante mucho quisiera por llevar dice a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían las carabelas; más , dice que era cierto que las había,  y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que dice que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo.”

 

Dejo ahora, al buen criterio de mis lectores, la elección del paraje digno de seguidas visitas ya sea en cuerpo o en memoria, no sin antes transcribir un fragmento del concluyente texto de Ramón Gómez de la Serna que paso a citar más abajo:

 

Indudablemente hay una isla desconocida, que por los senos maravillosos que viven en ella, se podría llamar la isla de ls senos.

Son (…) como grandes perlas de oriente exquisito, grandes perlas que mejoran la luz, que la sonrosan y la dan un globo en que quedarse, un globo de perla en que luce la luz del día hasta en la noche, sostenida dulcemente.

En la Isla de los Senos, las mujeres, desnudas, juegan al corro seducidas ellas mismas por la belleza de la sarta de sus senos. Le basta a cada una con los senos de las otras, y no esperan al hombre, seducidas por ese juego de sus senos, que es un juego como ese en que se entretienen las niñas jugando con bolas de cristal.

A veces entrechocan unos con otros sus senos, y eso las vuelve locas de suavidad, una suavidad que las llena por entero como un ideal.

De la Isla de los Senos, en la noche, brota esa luz de los jardines llenos de flores blancas.

La luna, que es una gran Safo voluptuosa, es sobre la Isla de los Senos sobre la que está verdaderamente vertical, pues se asoma a ver a las mujeres de los senos pluscuamperfectos, acostadas boca arriba sobre las hierbas de la isla, con miradas y los senos fijos en ella.

¡Con qué cuidado vierte la luz la luna sobre las praderas llenas de senos erigidos hacia ella!

La isla maravillosa de los senos vive una vida intensa y solitaria, la verdadera vida interior, la vida que en algún lado deben vivir las mujeres dedicadas a su propia belleza, a su propia desnudez, a sus senos sólo de ellas. El concepto universal y perfecto de los senos vive en esa isla, y por eso no desaparece la especie. La influencia lejana de esa isla cuajada de senos mantiene todos los senos, porque si no el hombre habría podido con ellos y los habría descastado.

 

Magister Dixit

 

Ko Un, Aventura de un Poeta

Con la simplicidad del que está despierto en el presente.

… 

Aquello que ahora pienso

quizás dónde en el mundo

lo ha  pensado ya alguno.

No llores.

 

¡Qué alegría!

En este mundo,

quién sabe dónde en este mundo,

otros yo, a existir me han llevado.

 

¡Qué alegría!

Yo existo.

Gracias a muchos otros yo.

No llores.

 

Ko Un, The Road Not Yet Taken, 1993 

 

Ciò che ora io penso,

chissà dove nel mondo,

qualcuno l’avrà già pensato.

Non piangere.

 

Che gioia!

In questo mondo,

chissà dove in questo mondo,

altri io mi hanno portato ad esistere.

 

Che gioia!

Io esisto.

Grazie a molti altri io.

Non piangere.

 

Ko Un, The Road Not Yet Taken, 1993

 

Exploración

En la parte segunda del Gulliver’s Travels into Several Remote Nations of the World (Capitulo V) hay un breve relato de los hechos que vivió Lemuel G. en la ciudad de Lobrulgrud.

El cómo se las arregló el personaje para sobrellevar la aventura encontrándose por azar, diminuto, entre la gente de Brobdingnag, de estatura doce veces mayor a la humana, puede disfrutarse en las subsiguientes páginas del libro.

Yo me remitiré a citar uno de los pasajes más inesperados para nuestro querido explorador:

 

"Las damicelas de honor invitaban, muchas veces, a Glumdalclic a sus habitaciones y le rogaban que me llevara con ella para darse el gusto de verme y de tocarme; y, a menudo, me desvestían de pies a cabeza y me metían entre sus senos todo a lo largo.

Aquello que más me incomodaba entre estas damicelas de honor era el verlas tratarme sin ninguna ceremonia, como el más insignificante de los seres: se desvestían en mi presencia  y se colocaban luego el camizón mientras yo estaba sobre su tocador, justo delante a aquellas desnudeces que eran de verdad para mi un espectáculo muy poco invitante, ni me inspiraban otra emoción que aquella de un horror disgustoso. Sus pieles, vistas desde cerca, eran rugosas, ásperas, manchadas de varios colores, con lunares aquí y allá, anchos como una bandeja, de los cuales colgaban gruesos pelos como cuerdas, por no mencionar otra cosa del resto de su persona.

La  más encantadora de aquellas damicelas, una atractiva y chistosa jovencita de unos dieciseis años, solía meterme a caballo sobre uno de sus pezones y hacer otros jueguitos que el lector me disculpará si no refiero minuciosamente."

 

Experiencias del tipo, pese a los actuales adelantos de la ciencia no son, como quisieramos, frecuentes en la actualidad.

Esta improvisada y humilde traducción está hecha de la versión italiana (bastante fiel a la original inglesa con ilustraciones de J.J. Grandville), ya que revisando el capitulo V de un par de ediciones castellanas del clásico de Swift, he comprobado (con pena) la inexistencia de esta página por el abusivo uso de la censura.

 

Magister dixit