Luego de incesantes trotes por el globo y un nomadismo metódico que dió forma y vida a mi supervivencia, he de reconocer que muchos de los parajes más extravagantes y entrañables, me los concedió la imaginación y la literatura.
Uno de los primeros es un amplia gruta bajo tierra que ha quedada impresa en mi ánima como si trataramos de geografia real. De cómo me encontré allí, en que situación, ni como pude huír de allí, lo ha borrado la memoria. Se trata del Alcázar del Fuego Subterráneo de la obra de Beckford: “Vathek”, similar en ciertas sombras al infierno de la comedia:
“ Al decir estas palabras, tocó con la llave la cerradura esmaltada e inmediatamente los batientes se abrieron con un fragor más fuerte que los truenos de una tórrida temporada que se cerraron con idéntico estruendo, a penas hubieron entrado.
El Califa y Nuronihar se miraron estupefactos al verse en un lugar que si bien cubierto por una bóveda, era tan espacioso y alto que lo tomaron en principio por una inmensa llanura. Finalmente sus ojos se habituaron a la grandeza de los objetos y descubrieron filas de columnas y arcadas que iban disminuyendo y terminaban en un punto radioso como el sol, cuando resplandecen sobre el mar sus últimos rayos. El pavimento, seminado de polvo de oro y azafrán, exalaba un olor tan sutil que quedaron como aturdidos.”
Otro, que sucita mi intriga, es el descrito en el diario del primer viaje de Colón. Un paraje en una islas habitado sólo por mujeres. No es una isla de Amazonas como documenta la mitología, mujeres guerreras que detestan a los hombres y que se amputan el pezón para manejar con destreza arco y lanza. Este prodigioso destino, intacto hasta la llegada del ambicioso Genovés, por obra de la gracia permanece aún así en mi imaginación:
“Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dice que era poblada de mujeres sin hombres , lo que el Almirante mucho quisiera por llevar dice a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían las carabelas; más , dice que era cierto que las había, y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que dice que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo.”
Dejo ahora, al buen criterio de mis lectores, la elección del paraje digno de seguidas visitas ya sea en cuerpo o en memoria, no sin antes transcribir un fragmento del concluyente texto de Ramón Gómez de la Serna que paso a citar más abajo:
Indudablemente hay una isla desconocida, que por los senos maravillosos que viven en ella, se podría llamar la isla de ls senos.
Son (…) como grandes perlas de oriente exquisito, grandes perlas que mejoran la luz, que la sonrosan y la dan un globo en que quedarse, un globo de perla en que luce la luz del día hasta en la noche, sostenida dulcemente.
En la Isla de los Senos, las mujeres, desnudas, juegan al corro seducidas ellas mismas por la belleza de la sarta de sus senos. Le basta a cada una con los senos de las otras, y no esperan al hombre, seducidas por ese juego de sus senos, que es un juego como ese en que se entretienen las niñas jugando con bolas de cristal.
A veces entrechocan unos con otros sus senos, y eso las vuelve locas de suavidad, una suavidad que las llena por entero como un ideal.
De la Isla de los Senos, en la noche, brota esa luz de los jardines llenos de flores blancas.
La luna, que es una gran Safo voluptuosa, es sobre la Isla de los Senos sobre la que está verdaderamente vertical, pues se asoma a ver a las mujeres de los senos pluscuamperfectos, acostadas boca arriba sobre las hierbas de la isla, con miradas y los senos fijos en ella.
¡Con qué cuidado vierte la luz la luna sobre las praderas llenas de senos erigidos hacia ella!
La isla maravillosa de los senos vive una vida intensa y solitaria, la verdadera vida interior, la vida que en algún lado deben vivir las mujeres dedicadas a su propia belleza, a su propia desnudez, a sus senos sólo de ellas. El concepto universal y perfecto de los senos vive en esa isla, y por eso no desaparece la especie. La influencia lejana de esa isla cuajada de senos mantiene todos los senos, porque si no el hombre habría podido con ellos y los habría descastado.
Magister Dixit